Te levantas a las siete.  Desayunas, te duchas, te preparas las cosas. Eres tú. Coges el metro y en el trayecto escuchas la radio, un poco de música o lees un libro. Continúas siendo tú. Miras la hora, llegas a tiempo. Entras a trabajar. Dejas de ser tú.

Empiezas a comportarte de manera diferente, te pones una máscara y ejecutas tu personaje. Adoptas el roll para el trabajo. El trabajo te tiene bien atada. Piensas que cambiando de trabajo esa sensación se desvanecerá. Pero has probado con mil y un trabajos diferentes y al final siempre acabas por desmotivarte.  El personaje que adoptas para cada uno de ellos es tan flexible y  variado que hasta tu misma te sorprendes. Y entonces, ¿por qué repetimos siempre el mismo patrón?

He experimentado esa sensación millones de veces. Trabajar para otros, cumplir un horario, rendir cuentas, y aparentar que algo de lo que allí pasa te importa. Todo a cambio de un sueldo. Si te ocurre esto puede que estés encerrada en lo que llamo la mentalidad del empleado.

Te has convertido en una ejecutora de las ideas de los demás, de los sueños de los demás. Te has empecinado en ser valiosa para otro y el enfoque se mantiene constantemente en esperar que los demás aprueben lo que tu aportas. Pero,¿ te has parado a mirar lo que realmente estás aportando?¿Tiene valor para ti? Puede que esta pregunta te sacuda, en mi lo hizo salvajemente.

Cuando me di cuenta que examinando detenidamente si lo que hacía tenía valor para mí, si el sentido de ir a trabajar en busca de  la aprobación de los demás para demostrarme mi valía me aportaba a mi crecimiento personal, fue entonces cuando la mentalidad de empleada dejó de tener validez. Empecé a transitar un proceso doloroso pero a la vez liberador. Y vinieron las preguntas: ¿Y qué ocurre si cambio el enfoque?, ¿qué ocurriría si en vez de trabajar para otros, trabajara para mi? La respuesta vino rápida: quiero jugar, no trabajar. Quiero que pasen las horas y no tener que mirar el reloj angustiada porque llegue la hora de comer o la hora de marcharme a casa. Y para eso, se necesita fuerza y coraje. Dejar colgado en el perchero a tu personaje de trabajo no sólo el fin de semana, si no toda la semana, desde el lunes hasta el domingo.

Abrir un espacio donde ser tú todo el tiempo, sintiendo que aportas valor y no horas. Es justo ahí cuando arraiga en ti la mentalidad de emprendedora. Ya no separas tu vida personal de tu vida laboral y todo adquiere un sentido, te alineas con tus valores y con tus propósitos.

Dejar atrás la cultura del esfuerzo de la mentalidad de empleado para cultivar la cultura de la creatividad y del juego en la mentalidad de emprendedora es todo un reto. Dejar de hacer las cosas por compromiso y sustituirlas por un sí quiero honesto, es todo un desafío por el que merece la pena apostar. Y para esto, es necesario mirar dentro de ti, sin tapujos, sin dobles caras. Mata a tu personaje, sin miedo, cuélgalo en la percha en el fondo de tu armario. Ya no lo vas a querer usar nunca más.

Bienvenida al mundo de tus juegos, bienvenida a tu real y auténtico yo.