Pantallas sonrientes
y rostros triunfantes.
Todo el mundo parece ser más feliz
que nunca a través de sus móviles.
Pero pocas saben que las luces que parpadean
en cada dispositivo, emiten rayos de sangre y lágrimas.
Dolor contenido, el que no se cuenta,
el que se silencia.
El dolor tabú,
el que no queda bien para la instantánea.

¿Acaso nadie sufre aquí?

Perdona, eso no está de moda. No vayas a arruinar mi reputación.

CAPÍTULO 4. LA INMERSIÓN. La completa renuncia a la comparación.

No puedo dejar de morderme las uñas. Es un vicio antiquísimo. Las yemas rechonchas de mis dedos acumulan polvo.
Se me encogen cuando me engancho al dispositivo móvil y cotilleo las redes sociales de las aclamadas influencers.
Hay un vacío en el estómago. No es de hambre, es de envidia.
El foco de atención se pierde entre sonrisas blancas, encuadres perfectos y frases motivacionales.
Todo el mundo está de puta madre. Todo el mundo tiene un ego de puta madre.
Todo el mundo está en una eterna fiesta y a mí no me han invitado. ¿He hecho algo mal?

Automáticamente mi cerebro lanza una propuesta de pensamiento: no eres suficiente. No eres como ella. No eres válida.
Te he pillado hablándome, le digo. Estás haciéndolo descaradamente, le reprocho. Pero el pensamiento no se detiene, te usurpa terreno descaradamente: no eres tan delgada, no eres tan guapa, no eres tan exitosa, no eres como ella.

Cojo aire, lanzo el móvil a la otra parte del sofá. Me enfado conmigo misma por tener propuestas de pensamiento tan mierdosas. Y luego me culpo por envidiosa. Doble ración de remordimiento. Una de rencor y otra de miedo. Se mezclan en una gran cocktelera y los ojos se vuelven mates como los de un reptil.

A pesar de todo, me he pillado, he conseguido pillarme in fraganti. Sí, te he cogido el pescuezo del tirón querido cerebrín. Sé cuáles son tus estratagemas para desear mantenerme en inmersión.
La maldita comparación es real, existe y quiere abrirse camino. Por una parte nos sirve para mejorar pero por otra te destroza la necesaria autoestima como para salir a la calle y que te importe casi todo lo más mínimo por mantener a ralla tu salud mental.

Este es el lenguaje de la inmersión: la comparación con ideales que tu cerebro te propone como algo deseable y bueno para ti. Pero en el fondo, muy en el hueco oscuro de tu mente, te exige como un auténtico dictador interno.

Date cuenta cómo te hablas,
pon tu atención en qué tipo de pensamientos eliges creer,
mira cuál es el menú de pensamientos que te propones cada día para zampártelos sin cuestionarlos.
Sé honesta, ¿con cuál de ellos te quedas?
¿Cuál te sirve para tu beneficio?

No eres menos que otras personas. Pero lo siento, tampoco eres más.
Da igual cómo comas, cómo vistas, cómo gesticules.
Da igual a qué te dediques.
Eres única pero no eres la única que es única.
Cada una es única en su unicidad.
Asume hoy la completa renuncia a la comparación.
Asume por fin que tú eres la medida de ti misma y que con eso te basta.

Ahí va la clave: 

El segundo código de la inmersión: 

Si me comparo, siempre salgo perdiendo. Yo soy mi propia medida. 

Te amo infinitamente,