Según estudios científicos, a lo largo del día la mente registra cerca de 60.000 pensamientos y la mayoría son negativos, repetitivos y del pasado. Si hacemos el ejercicio de prestarles atención cuidadosamente podemos observar a menudo horrorizados  la historia que nos contamos a nosotras mismos cada día, desde que nos levantamos hasta que nos acostamos.

Hay múltiples pensamientos que emergen a nuestra consciencia que delatan la manera con la que nos relacionamos con nosotros mismos. Muy a menudo nos juzgamos constantemente sin compasión alguna. Ideas aterradoras rondan por nuestra cabeza como un pez que se muerde la cola acerca por ejemplo de nuestro poder adquisitivo, nuestra misión en la vida, nuestra pareja, amistades o familia. Recuerdo un pensamiento recurrente que me generaba una gran ansiedad: encontrar mi propósito en la vida. Me empeñaba en la idea de que tenía que encontrar un trabajo que me hiciese feliz, una pareja que me complementase al 100% o ganar un sueldo desahogado cada mes. Y no sólo eso, mi pensamiento se recreaba en odiosas comparaciones con gente exitosa. Tendía a idealizar sus vidas, me imaginaba que si conseguía su estatus, su poder adquisitivo y su prestigio, todos mis males se escurrirían por el desagüe de la ducha. Me tomaba tan en serio todo aquello que pensaba que sin quererlo me había fabricado un catálogo de creencias a las que no estaba dispuesta a renunciar. Cada día que pasaba me las repetía constantemente, hasta la saciedad, y mi cerebro se fue acostumbrando a generar más pensamientos de ese estilo, como si estuviese alimentando a un monstruo insaciable, caprichoso y tirano. Sin darme cuenta estaba configurando un patrón de creencias y en consecuencia un patrón de actitud guiado por el miedo. Miedo a no ser suficiente, miedo a no estar a la altura, miedo a quedarme en bancarrota y terror a quedarme sola. Y la cosa no acababa ahí, víctima del terror que me producía pensar dichos pensamientos machacantes y exigentes, empecé a desarrollar otros nuevos,  totalmente desconcertantes y si cabe aún más terroríficos. Me obsesionaba con palabras que leía en la prensa, o que escuchaba al azar en una conversación ajena. Palabras como suicidio o esquizofrenia me perseguían arrebatándome mi calma interior. Se repetían en mi mente como una tortura china ocupando mi tiempo de manera compulsiva y enfermiza.

¿No os ha ocurrido jamás estar asustadas de vuestros propios pensamientos? ¿no habéis estado alerta rezando para que no se vuelvan a repetir? ¿Os habéis imaginado cosas horribles que ni siquiera os atrevéis a pronunciar? ¿Tal vez vuestra propia muerte, lanzaros desde la azotea de un edificio alto? ¿dormir y no despertar jamás? ¿Os habéis puesto en situación de qué ocurriría si perdiérais el juicio? ¿Si no recuperaseis vuestra cordura?

Así se las gasta la mente y no en un estado necesariamente de depresión clínica o ansiedad generalizada o trastorno obsesivo compulsivo. Recordad, 60000 pensamientos al día y la mayoría negativos, repetitivos y del pasado.

Y vosotras, ¿cuál es la historia que os contáis cada día?

Cuando aumentas tu consciencia acerca de tus pensamientos y emociones suele pensarse que empiezas a ejercer control sobre tu mente y los pensamientos que generas. Nada más lejos de la realidad. Y es que cuando aumentas tu consciencia, al mismo tiempo amplias la nitidez de tus pensamientos y emociones como si trabajases con un microscopio de alta precisión. Entonces descubres un diálogo interno podrido. No nos enseñan a hablarnos con amor.

¿Acaso este malestar que sentimos está producido por estos pensamientos? ¿Puede que nos estemos creyendo nuestros propios pensamientos? ¿Por qué nos los tomamos tan en serio? Si nos creyéramos a pies juntillas todos los pensamientos caóticos y dramáticos que nuestra mente produce generaríamos una identidad distorsionada. No podemos dejar que nuestra identidad sea el reflejo de pensamientos que emiten voces en nuestra cabeza que se pelean constantemente por tener la razón. Pero esto es solo un falso sentido del yo, es producto de creernos una identidad basada en pensamientos con los cuales nos identificamos. “Yo soy una persona tímida”, o “ yo soy una persona pesimista”, “yo nunca tengo suerte en el amor”, estas afirmaciones del ego se corresponden a la creencias de ser una persona tímida o a la creencias de ser una persona pesimista o la creencias de que no tenemos suerte en el amor. Pero tan solo son creencias sustentadas en la identificación de nuestros pensamientos. El problema no es que generemos unos pensamientos u otros sino lo que hacemos con ellos. Hemos reducido nuestra identidad a nuestra historia del yo, la historia basada en pensamientos negativos, repetitivos y del pasado. Cuando abrimos esta perspectiva, la identidad falsa que nos hemos generado con este tipo de pensamientos empieza a perder poder por sí misma. Vemos que no puede sustentarse de ninguna de las maneras porque no es real. Este yo falso mental lo podríamos llamar ego, el que nos cuenta cada día por ejemplo lo que no somos capaces de realizar, nuestros éxitos y nuestros fracasos, o nuestras miserias.

Tú no eres tu mente, y mucho menos eres pensamientos incongruentes y pesimistas. Detectar que estas voces en forma de pensamiento vienen del ego y no del espíritu es el primer paso para liberarte de ellos.

Si te identificas con tus pensamientos les das un poder expansivo. Créertelos te esclaviza y tal vez lo peor de todo es asustarte de ellos. El mecanismo mental que se activa cuando te asustas de tus propios pensamientos es como poner un programa largo en la lavadora, pueden dar vueltas y vueltas sobre sí mismos y durar más de la cuenta  No hay que confundir el hecho de sorprenderte de tus pensamientos  con asustarte de tus pensamientos. Sorprenderte entra en el juego natural, aparecen de la nada en tu mente, te visitan inesperadamente, te sorprendes y dices, fíjate, menuda locura se me ha ocurrido, pero queda ahí, comentas la jugada y los dejas pasar. En cambio, cuando  te asustas de tus pensamientos, el cuerpo y la mente reaccionan y salta una alarma que se encarga de checkear detenidamente ese pensamiento. Y puede que cuando vivimos en estado de alarma constante, pendiente de nuestra mente,  tenemos tendencia asustarnos de nuestros propios pensamientos y estos toman el control de la mente hasta que decidimos dejar de entrar en pánico.

La estrategia que nunca funciona es ponerle veto a los pensamientos. Estos no me gusta pensarlos, pues no los pienso, estos sí, pues sí. Cuando decimos no a nuestros pensamientos, paradójicamente crecen y se multiplican, agudizando nuestro temor.

El intentar frustrarlos y reprimirlos hace que salgan con más fuerza. Así que lo mejor es dejarlos salir, observarlos, mantener la calma y no aferrarse a ellos. Es bueno recordar que los pensamientos son sólo pensamientos, que el problema no son los pensamientos si no la importancia que les damos.

Cambiar nuestro diálogo interno por un diálogo amigo requiere de compromiso y honestidad. Es curioso ver como se nos es fácil ser una pequeao dictadora interna pero nos es más complicado ser amigas de nosotras mismas y es que no nos enseñan a amarnos y esta tarea a veces empieza desde una mismo.

Un abrazo enorme,