Nuestra mente a veces nos juega malas pasadas. Y cuando digo a veces, digo muy a menudo. Es curioso, somos capaces de imaginar millones de ideas y nuestros ojos se iluminan en solo pensar hacerlas realidad. Pero, ¿qué es lo que ocurre para que abandonemos aquello que nos hace brillar los ojos? Miedo, claro. Solo el hecho de imaginar fracasar en el intento, de poner nuestras ideas al servicio de nuestro corazón, la mente sale en su defensa para recordarte que todo lo que sueñas y que puede hacerse realidad es sólo un cuento del que no se puede vivir.

La mente quiere recordarte que es un fracaso anunciado.  ¿Y qué es el fracaso? Miedo a no ser reconocidas, miedo a que tu propuesta más firme no sea confirmada ni validada por nadie más. Y esto retumba en tu cabeza haciéndote incluso enfermar.

Pero siento decirte que fracaso no existe, es solo una proyección mental que vibra en la energía del miedo. Dicho de otro modo, el fracaso es la excusa del miedo, el miedo más terrible a sospechar que los sueños pueden hacerse realidad.

Lo que llamas fracaso encierra una trampa mental compleja: por una parte, tememos extraer una experiencia de aprendizaje del supuesto fracaso y por otra tememos en lo más profundo de nuestro ser a brillar tan fuerte que no nos permitimos ser merecedoras de semejante grandeza. Una grandeza que estamos destinadas a cumplir antes o después.

Porque lo que llamas fracaso es el aprendizaje de que  tenemos que transitar nuestro propio sendero, dejando atrás todo lo conocido hasta ahora para embarcarnos en una aventura donde el riesgo y la incertidumbre forme parte como ingredientes fundamentales de una nueva manera de ser y estar en el mundo. Una nueva manera de vivir, que sintoniza nuestro propósito con aquello que somos en realidad: felicidad y realización en esencia.

Puede que el éxito sea no temer al fracaso y puede que implique concebirlo como una oportunidad para crear sin límites, para soñar despiertas y poner al servicio de nuestro corazón a nuestros pensamientos, nuestras decisiones y nuestros actos.

No hay éxito más sagrado que visualizar el fracaso como una experiencia vital necesaria para alcanzar la paz, porque al honrarlo podemos ver en él un empujón para crear un espacio infinito de posibilidades.

¿Cuántas veces nos hemos dicho a nosotras mismas, que algo o alguien era demasiado bueno para ser verdad? ¿Cuántas veces nos hemos levantado tras un tropiezo con las mismas ganas de volver a intentarlo con más ilusión si cabe? ¿Cuántas veces hemos aprendido de nuestros errores y lo hemos aprovechado para sacarle el máximo de jugo y reinventarnos de verdad? ¿Quién nos enseña a ver la oportunidad en el supuesto fracaso?

Ahí fuera, los que no sueñan, quieren recordarte que estás loca, que con esa idea no vas a ninguna parte, que no sabes lo que es la realidad. ¿Acaso Einstein, Frida Khalo, o Picasso no estaban locos? Locos por creer firmemente en ellos mismos, por confiar a ciegas en la vida, por vivir a corazón abierto y atreverse a soñar despiertos. Y ellos fueron capaces de imaginar y crear mundos que se nos escapan a la razón. Quién no sueña nunca, es incapaz de crear mundos nuevos.  Y tú, ¿qué eliges? ¿Prefieres sobrevivir en el mundo que ya conoces  o apuestas por arriesgarte a vivir en un mundo nuevo, un mundo donde todo lo que piensas e imaginas puede volverse real?

Tal vez estés harta de escuchar que no ves la realidad, que necesitas un jarrón de agua fría que te haga recuperar la cordura. Pero la realidad es sólo una proyección mental, todo lo que ves y experimentas está moldeado detalladamente por tu sistema de pensamiento. Y si creamos constantemente nuestra realidad, antes o después, aquello que imaginemos o sintamos o pensemos está destinado a convertirse en nuestra realidad.

Un abrazo enorme,