No vamos a negarlo. Nos gusta vivir en piloto automático, hacer las cosas por hacer y comer pizza todos los días que se pueda, por poner un ejemplo de comida fácil y rápida. Muchas veces realizamos nuestro trayecto cotidiano del trabajo a casa y de casa al trabajo inmersas en nuestros pensamientos, dándoles vueltecitas sin parar y esperando llegar a una conclusión certera.

Somos seres pensantes, es cierto, pero gastamos más tiempo en repasar el día anterior u organizarnos el mañana. Estar ausentes es lo nuestro, ausentes cuando nos duchamos, ausentes cuando cocinamos e incluso ausentes cuando estamos con nuestra pareja.

¿Y a qué me refiero cuando digo ausentes con nuestra pareja? Pues a no estar presentes obvio. Nos quejamos de que nuestras parejas no nos escuchan, de que no nos entienden y que en definitiva no están cuando las necesitamos. Pero nos saltamos un paso crucial: ¿estamos nosotras atentas a lo que necesita nuestra pareja? ¿prestamos atención cuando nos habla y nos cuenta qué le preocupa?

Queremos que todo fluya fácil y rápido, casi lo que se tarda en hacer una pizza precocinada al horno. Y claro, si no es así, nos frustramos y maldecimos al de al lado.

Tuve mil parejas ausentes, distantes y que no me cuidaban. A pesar de todo, las quise a rabiar, necesitaba a toda costa su atención, su entendimiento y su lealtad. Mi vida se centraba en complacerlas, cuidarlas y atenderlas. Solía pensar que su ausencia era un error en la matrix. Vaya, qué mala suerte, pensaba, me ha tocado una pareja así: ausente y distante. Y no me daba cuenta de en realidad eran un reflejo fiel de mi propia ausencia.

Cuando me desvivía por ellas olvidando mis necesidades, vivía desde la ausencia. Cuando intentaba cambiarlas a toda costa para conseguir su atención, vivía desde la ausencia, y cuando sentía que no me llenaban, vivía plenamente mi propia ausencia.

En aquella época no sospechaba en absoluto que tener una pareja ausente era sinónimo de mi propia ausencia. Culpar a los demás es mucho más cómodo, y situar el problema como algo externo a ti te quita las pulgas de encima.

Años más tarde, y tras tocar fondo, empecé a conocerme mejor a través de diversas terapias. Si quieres leer cómo me ayudó cada una de ellas, pincha aquí. El camino no fue fácil, no te voy a mentir, que dicho así parece que conocerse sea un camino de rosas. Allí pude ver mi propia ausencia, mi chip instalado con el piloto automático y mi necesidad de complacer a todo quisqui. Todavía no había integrado muy bien todo esto, cuando apareció en mi vida, otra vez, una persona de la que huí despavorida tras conocerla unos años atrás. Vamos, apareció un hombre de verdad. Y con eso no me refiero al típico varonil con la voz grave y curtido por el sol. Reunía dos características nuevas para mi: la disponibilidad absoluta y la presencia.

¿Te imaginas el final?…
¡No! Todavía no tengo hijos con él. De momento estoy aprendiendo a través de él a transformar mi ausencia en presencia. Que lleva tela.

Un abrazo enorme,